Durante muchos años en nuestro país vivimos inmersos en un clima comunicacional y de conversaciones ciudadanas en el cual se escuchaba una agobiante y monocorde letanía que exaltaba los logros obtenidos como nación. Se nos hizo creer que éramos excepcionales. Éramos un modelo a imitar según el Banco Mundial y el FMI.
Si un extraterrestre visitara Chile quedaría profundamente confundido con tanto ruido y tan pocas nueces. ¿Será cierto eso de que estamos perdiendo la oportunidad de reconstruir una casa común, de reaprender a escucharnos, de hacer política en serio, de aprender a empatizar y a cuidarnos mutuamente?
Una cuestión que me intrigó durante largo tiempo y que busqué explicarme, era la forma mediante la cual los huicholes (uno de los tantos pueblos (etnias) del sur de México toman decisiones en asuntos que los afectan como comunidad. Visto desde fuera, observas un grupo en el cual todo el mundo habla en forma simultánea, aparentemente nadie escucha a nadie, un bullicio impresionante, gente que va y viene, pero de pronto mágicamente, alguien alza la voz y comunica la decisión colectiva.
Consultada una antropóloga amiga que trabaja en esas comunidades respecto a cómo ocurría esto, me dijo algo que yo ya había experimentado, y es que el hecho de escuchar simultáneamente tantas voces, tantos datos, tantas opiniones se llega a un punto de saturación, pues lo que era información cuando supera ciertos umbrales de magnitud, de estridencia, de agregados inevitables como estilos y formas de presentación, termina por transformarse en bulla y en estruendo. Y nuestro organismo reacciona bloqueando lo que antes consideraba información.
Valga la analogía para la interpretación que busco hacer para esclarecer la coyuntura actual. Durante muchos años, incluso décadas, en nuestro país vivimos inmersos en un clima comunicacional y de conversaciones ciudadanas en el cual se escuchaba una agobiante y monocorde letanía que exaltaba los logros obtenidos como nación. Se nos hizo creer que éramos excepcionales, que estábamos en un continente equivocado. Éramos un modelo a imitar según el Banco Mundial y el FMI.
Si bien hubo voces disidentes (Tomás Moulián, Chile actual: anatomía de un mito; el PNUD y Pedro Güell y su diagnóstico del malestar, entre varios otros) fueron voces muy poco escuchadas y siguió avanzando la difusión del mito meritocrático y la ideología del hiperconsumo individualista.
Nadie podría negar el enorme avance en la materialidad de la existencia de la sociedad chilena, pero esos avances no han llegado a todos y más aún han sido al costo de una sobreexplotación desmedida de los ecosistemas que conforman nuestro territorio, y además de la explotación de quienes viven de un salario e incluso de la auto-explotación de una alta proporción de quienes ejercen de emprendedores, muchos de ellos modestos trabajadores cuentapropistas.
Nuestros índices de deterioro de la salud mental son, comparados internacionalmente, abismantes. El profundo malestar que se fue acumulando y que recorría la sociedad chilena eclosionó en la forma de un estallido social.
La respuesta que buscó la institucionalidad política -el poder constituido- para evitar recurrir nuevamente a la represión militar, fue convocar a un plebiscito para decidir si se constituía una asamblea constituyente (recuerdo al respecto el extenso y estéril debate por la denominación, si era constitucional o constituyente). Lo cual fue zanjado en un plebiscito en el cual ocho de cada diez electores votaron Apruebo.
Luego se procedió en una elección posterior a elegir a los 155 integrantes del poder constituyente, conformando una asamblea paritaria y con representación de los pueblos originarios. Los resultados fueron una manifestación del profundo descrédito y enojo del electorado hacia las elites y la institucionalidad política, llamada peyorativamente «clase política», eligiendo a un conjunto de ciudadanos no acostumbrados al debate y al diálogo, pero que eran también expresión de la diversidad que nos recorre, con sus claroscuros, escándalos y salidas de libreto.
Circunstancia que fue aprovechada por los sectores que habían llamado al Rechazo y amplificada por los medios de comunicación. Se generó así un clima de desprestigio de aquellos que venían a sustituir, transitoriamente, a la deteriorada clase política. Se acusó a los convencionales de no hacer el trabajo para el cual los habíamos elegido, que no iban a ser capaces de redactar el texto a plebiscitar.
Día a día durante meses, se vio y escuchó en los medios masivos transformar propuestas minoritarias y en muchos casos extremas en generalizaciones de carácter casi infernal o caótico.
Sin embargo, primó el sentido común construido en un colectivo que aprendió a escucharse, a dialogar, a debatir razonablemente y con respeto, y a terminar haciendo efectivamente aquello que les correspondió hacer: un texto constitucional que, en palabras de especialistas, aporta novedad a las teorías jurídicas existentes, tanto por su contenido como por la forma del cuerpo que le dio origen (con representación de los pueblos originarios y paritario). Algo de lo cual sentirnos orgullosos como sociedad por el aporte que Chile le hace al mundo.
El texto es algo que no dejó contento a todo el mundo. Era de esperar. Primero, porque hubo convencionales elegidos para representar a quienes llamaron a votar Rechazo a la propuesta de nueva Constitución y que hicieron su trabajo: obstaculizar todo lo posible los avances logrados en el debate interno y hacer llegar a los medios masivos, todos los desatinos y propuestas extremas que se ventilaron en el debate.
Segundo, porque los sectores que han dominado y manejado, a su antojo, durante décadas el rumbo del país, y que son dueños y por lo tanto controlan la línea editorial de casi todos los medios de comunicación masivos, ven que esta propuesta afecta sus intereses ya que modifica radicalmente el sustrato jurídico que sustenta el modelo económico que se implantó en Chile durante la dictadura y que les ha permitido lograr niveles de poder enormes gracias a una acumulación patrimonial y concentración de los ingresos excepcionales en términos comparativos a nivel mundial.
Tercero, porque nuestra sociedad ha generado un importante proceso de movilidad social ascendente -si bien persisten paralelamente amplios sectores de población marginalizada y excluida-, y en estos sectores se ha ido conformando una «ideología de subclase» y es ahí donde se han constituido grupos como una casta «tecno-burocrática», que transita cómodamente entre lo público y lo privado, sustentada en términos fetiche (como les llama José Manuel Naredo) como el «mérito», el «trabajo esforzado», «el crecimiento económico», la «selectividad», la «focalización», el «emprendedorismo», los «nichos de mercado», las «acreditaciones», y así un sinfín de no-conceptos o nociones vacías que han calado muy profundo en su imaginario.
Estos sectores ven en la propuesta de texto un riesgo de desmoronamiento de todo el palimpsesto en el cual habían aprendido a desenvolverse a sus anchas. Por tal razón constituyeron inicialmente un grupo que los representó al interior de la Convención, posteriormente, al desarticularse este grupo en el debate y los acuerdos surgidos entre los convencionales, tuvieron que enfrentarse al texto propuesto y conformaron el grupo Amarillos por Chile.
Todo parecía ir muy bien cuando los medios seguían explotando los rumores y trascendidos del operar del texto en proceso y las encuestas marcaban un mayoritario respaldo a la opción del Rechazo. Pero cuando finalmente se dio a conocer el texto definitivo y éste comenzó a difundirse masivamente, comenzaron a cambiar las evaluaciones que se hacía en el potencial electorado de la propuesta de texto.
Hubo que cambiar la estrategia y apareció así el grupo autodenominado «Centroizquierda» que reúne y hace por fin visibles a muchos personajes que expresan esta «ideología de subclase», constituida en algo así como los «administradores del fundo», quienes hasta antes del estallido han sido el sustento de la mantención del enfoque neoliberal en el quehacer del Estado en Chile, durante las tres últimas décadas.
Por fin entonces en este baile de máscaras se comienza a develar ¿quién es quién? La sabiduría de nuestro pueblo permitirá reabrir, tras la aprobación plebiscitaria del texto constitucional, las amplias avenidas con las que soñó el Presidente Allende. No será fácil transitarlas, aunque estarán pavimentadas de buenas intenciones, existirá la urgencia de dar cuenta de demandas justas, aunque insatisfechas, que habrá que ir encauzando y resolviendo día a día.
Gracias al entusiasmo y los sueños de futuro de las nuevas generaciones, sumados a la voluntad de lucha de la vieja militancia social y política, harán renacer el principio de esperanza del cual nos habló Ernst Bloch. El sueño de construir una sociedad en la cual el respeto de la Naturaleza, la dignidad, la justicia y la fraternidad se hagan costumbre y que nos permita así avanzar hacia ser mejores humanos.
* Licenciado en Sociología, Universidad Católica de Chile, profesor universitario, colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
Fuente: https://estrategia.la/2022/08/02/chile-desde-un-dialogo-de-sordos-a-la-caida-de-las-mascaras/
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