Por Juan J. Paz-y-Miño Cepeda | 28/01/2025 | América Latina y Caribe
Fuentes: Rebelión
Las ideas que expone el presidente argentino Javier Milei han despertado el interés mediático mundial y en forma creciente se difunden e inspiran a las derechas de América Latina. Volvió a recalcar sus puntos centrales en el reciente Foro de Davos (World Economic Forum, 20-24/enero, 2025). Se concentró en atacar la “ideología woke” (término originado en los Estados Unidos) que ha “desviado” el camino del mundo occidental e “infecta de socialismo” al Estado y las instituciones, de modo que hay un “deber moral” y una “responsabilidad histórica” por “desmantelarla”. Afirmó: “es el cáncer que hay que extirpar” y la atribuyó a los progresismos y las izquierdas (https://t.ly/XDi1W ; https://t.ly/t8Wio). Por eso, Milei exclamó en un post/X: “Zurdos hijos de putas tiemblen” (https://t.ly/2sm88). Y saludó entusiasta la llegada de Donald Trump, a quien considera un aliado en la defensa de lo que resume en la trilogía “vida, libertad y propiedad privada”.
Pero es impresionante cómo las derechas ideológicas y fanatizadas con la perversa idea de la “libertad económica” tergiversan la historia, la desconocen o la ocultan. Los Estados Unidos del siglo XIX se condujeron frente al mundo occidental con dos doctrinas: el Monroísmo y el Destino Manifiesto. Sirvieron para justificar el expansionismo territorial y el intervencionismo en América Latina y el Caribe. Al comenzar el siglo XX, con Theodore Roosevelt (1901–1909) las intervenciones para defender las empresas e intereses estadounidenses marcaron su camino imperialista, agresivamente justificado con la política del «Big Stick» («Gran Garrote») y el “Corolario Roosevelt” (1904). La situación solo cambió con la diplomacia del “Buen Vecino” impulsada por Franklin D. Roosevelt (1933–1945) quien, además, con las políticas del New Deal, transformó al país impulsando una economía del bienestar con seguridad social; ayudas a desempleados, pobres, ancianos, discapacitados, familias con hijos; mejores salarios y derechos para los trabajadores; subsidios agrícolas; reforma industrial; grandes obras públicas mediante el fortalecimiento intervencionista del Estado, aumento del gasto público, bonos de deuda interna y fuertes impuestos progresivos que sobrepasaron el 70% para los ricos. Los Estados Unidos se convirtieron en una sociedad más igualitaria, con redistribución de la riqueza, expansión de la clase media (con educación, salud, vivienda y seguridad social) y gran progreso material, que sirvió de ejemplo sobre los avances posibles con capitalismo. Fue la verdadera “edad de oro” de los Estados Unidos.
Décadas después, John F. Kennedy (1961–1963), al mismo tiempo que promovió los derechos civiles en su país y especialmente reconociendo los de la población afroamericana, lanzó el programa Alianza para el Progreso, interesado en el desarrollo de América Latina, aunque bajo las premisas de la Guerra Fría. Sin embargo, fue el presidente Ronald Reagan (1981–1989) quien desmontó el Estado de bienestar mantenido por décadas, promoviendo la desregulación de los mercados, reducción de impuestos a las corporaciones y a los ricos, recortes a los programas de ayuda y seguridad social, flexibilidad laboral, privatizaciones y retorno a las agresivas políticas de antecesores como Theodore Roosevelt frente a Latinoamérica. Todo ello produjo el aumento de la pobreza y la marginación social en su propio país, concentración de la riqueza, aumento del poder de las corporaciones. Son resultados inevitables del neoliberalismo estudiados, entre otros, por Joseph Stiglitz y advertido incluso por Francis Fukuyama, otrora adalid del “fin de la historia” gracias a la globalización y el neoliberalismo, idea que tuvo que revisar y hasta desechar años después, pasando a ser crítico de las políticas de Trump y hasta abogando por regulaciones estatales.
En las décadas posteriores cabe resaltar el papel “conciliador” de Barack Obama (2009–2017), quien incluso normalizó relaciones diplomáticas con Cuba. Su política contrastó, de inmediato, con la primera presidencia de Donald Trump (2017–2021) quien impuso una línea dura contra la inmigración, enormes sanciones contra Cuba y Venezuela, tanto como reimpulsó las políticas de hegemonía norteamericana en el mundo (“America First”), basadas en la defensa de la seguridad y la potenciación de la economía aperturista interna, con privilegio para las corporaciones. Imposible no recordar, nuevamente, a Theodore Roosevelt.
Contradiciendo las ideas anarcocapitalistas libertarias, el “wokismo” norteamericano no vino exactamente de las “izquierdas” ni de “socialistas” o “comunistas”, sino de presidentes con visión social, que lograron construir una sociedad de bienestar y aceptable equilibrio, que resultó desmontada precisamente cuando se impusieron las ideas de la economía libre, el mercado libre y la empresa privada como fundamento de la felicidad. Y si acudimos a la historia de Europa podrá comprobarse que el modelo de economía social de mercado y el Estado de bienestar que allí se construyó sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, tuvo como eje la redistribución de la riqueza, fuertes impuestos a las rentas y universales bienes y servicios públicos. ¿Los desmontarán ahora por provenir de una supuesta “ideología woke”?
El neoliberalismo que se introdujo en América Latina ha sido aún más ruinoso para la vida y el trabajo en todos los países donde se impuso desde la época del “reaganismo” y en Chile y el Cono Sur a sangre y fuego, de la mano de dictaduras militares terroristas desde las décadas de 1960 y, sobre todo, 1970. Transformó a la región en la más desigual del mundo y privilegió a élites económicas incapaces de generar desarrollo con bienestar social, si se comparan los resultados de las épocas aperturistas con los adelantos que se lograron cuando hubo gobiernos que fortalecieron las obras, infraestructuras y servicios públicos, al mismo tiempo que realizaron redistribución de la riqueza en la búsqueda de justicia social, que son conceptos aborrecidos por los anarcocapitalistas. Esas economías orientadas hacia el bienestar social se dieron, por ejemplo, con los gobiernos del primer ciclo progresista latinoamericano desde inicios del siglo XXI, para no remontarnos a otros momentos como el de los gobiernos “populistas” clásicos o durante el desarrollismo.
También puede verificarse que los derechos sociales, laborales, comunitarios, ambientales, así como las ideas sobre diversidad, identidad. igualdad de género, etc., han debido surgir en diversos momentos de la historia contemporánea de los Estados Unidos, el mundo Occidental y, sin duda, en América Latina, por la necesidad de avanzar en la equidad y por lo menos contrarrestar la voracidad rentista y explotadora de los grandes ricos propietarios del capital. De modo que habría que agradecer a la “ideología woke” de haber evitado un mundo de mayores desigualdades en beneficio de los capitalistas y condenar, al mismo tiempo, la ideología de la “libertad económica” que solo ha destruido los derechos ya logrados.
Desde luego ha crecido la ideología de la “libertad económica” entre las élites empresariales y los ricos de América Latina. En países como Ecuador la oligarquía está apoderada del Estado desde 2017 con la progresiva ruina de la democracia. Además, el nuevo ascenso presidencial de Donald Trump abre otro momento favorable a los intereses de esos sectores hegemónicos, con la posibilidad inmediata de que, envalentonados por las condiciones que se crearán desde los Estados Unidos, no dudarán en implantar regímenes de derechas rentistas originados en elecciones ciudadanas, pero más autoritarios, persecutores y represivos. Unas derechas que, movidas por su convencimiento sobre el supuesto beneficio social que traen los propietarios del capital, rápidamente pasan a ser derechas-fachas, es decir, destructoras de la convivencia democrática. Los “wokis” no son el cáncer contemporáneo, sino las ideas del neoliberalismo revestido como libertarianismo.
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