Para aclarar los malentendidos teóricos y los obstáculos a la necesaria alianza entre el movimiento ambientalista y la clase obrera, Paul Guillibert ensaya una ecología política del trabajo. Y hace un llamado a reactivar el ecologismo obrero.
Sobre Paul Guillibert, Exploiter les vivants. Une écologie politique du travail, París, Amsterdam, 2023.
Inicialmente estructurado en torno a la “huelga escolar” y la estrategia estudiantil inaugurada por Greta Thunberg en 2018, el movimiento ambiental internacional aún no ha convergido masivamente con el movimiento obrero, a pesar del continuo empeoramiento de la crisis ecológica y una notable intensificación de la lucha de clases, como se vio en Francia con la revuelta de los Gilets Jaunes y los movimientos contra las pensiones en 2019 y 2023. Mientras que algunos “huelguistas ambientales” se plantean ahora modos de acción más radicales, como la recuperación de tierras o el “desarme” de infraestructuras destructoras del medioambiente, siguen siendo pocos los interesados en llevar a cabo acciones localizadas en los lugares centrales de la producción capitalista y en colaboración con los trabajadores empleados en sectores estratégicos, como la energía o el transporte. Convencido de que los malentendidos teóricos son uno de los obstáculos que se oponen a esta necesaria alianza entre los activistas medioambientales y la clase obrera, el filósofo Paul Guillibert propone en su último libro, Exploiter les vivants. Une écologie politique du travail (Explotar a los vivos: una ecología política del trabajo), una aclaración conceptual centrada en dos cuestiones.
En primer lugar, sintetiza los trabajos de las ciencias humanas y sociales para convencer a quienes se preocupan por la crisis ecológica de que la catástrofe actual es en gran medida el resultado de las diversas formas capitalistas de explotación del trabajo. En segundo lugar, en el capítulo central de su libro, Guillibert propone reexaminar el concepto de “poner a trabajar la naturaleza” desarrollado por el geógrafo marxista Jason W. Moore. ¿Afirmar que el capitalismo contemporáneo “pone a trabajar a la naturaleza” a escala planetaria significa que los capitalistas someten a los agentes “no humanos” a una forma de explotación idéntica o comparable a la de los trabajadores humanos?
Para Guillibert, esta cuestión no es un simple juego de lenguaje. Tiene fuertes implicaciones políticas, que desarrolla en el tercer capítulo de su libro, de orientación más estratégica que los dos precedentes. En su opinión, solo una disminución radical de la producción, acompañada de la emergencia de un nuevo imaginario político, permitirá luchar contra el ecocidio planetario en curso. A diferencia de los defensores no marxistas del decrecimiento, que tienden a pensar en términos individuales, el planteamiento de Guillibert pretende vincular esta consigna con el cuestionamiento del capitalismo y la defensa del comunismo como única alternativa viable a este modo de producción ecocida.
Aunque afirma que asignar un papel estructurador a los trabajadores de la industria y la energía en las futuras luchas políticas “tiene mucho sentido en vista de la centralidad de la energía en la producción capitalista” [1], Guillibert no examina con precisión las formas en que esta clase obrera cuestionará la producción capitalista y destructiva y la sustituirá por una forma más democrática de organización económica que sea, sobre todo, compatible con la continuación de la vida en la Tierra. Pero el objetivo de Exploiter les vivants no es señalarle a los trabajadores qué forma adoptará el control obrero de la producción ecológica. Su meta principal es convencer a los simpatizantes del movimiento medioambiental y a los intelectuales ligados a él de que dejen de dar la espalda a la categoría de “trabajo” en sus teorías y prácticas.
Una perspectiva marxista del ecocidio en curso
En términos teóricos, los primeros interlocutores de Guillibert fueron los pensadores críticos de la ecología política que estudiaron el ecocidio situando el género, la colonialidad y el estudio de la tecnología en el centro de su pensamiento. Sin dejar de reconocer el gran valor de sus trabajos, Guillibert sostiene que convendría combinarlos con un enfoque marxista de la crisis ecológica actual.
Este enfoque marxista, que se afirma en la introducción, evita los dos principales escollos de la ecología tal y como la promueven las clases dominantes. Volviendo a la definición de Marx del capitalismo como modo de producción que combina tecnología, producción y consumo, muestra que la transición ecológica no se producirá como resultado de la innovación tecnológica o de cambios en el comportamiento individual. De la misma manera, pensar en la transición como un cambio necesario y drástico del modo de producción previene contra la tendencia al desprecio ecológico de clase, por el cual quienes no tienen los medios para afrontar la transformación de sus modos de consumo son acusados inmediatamente de “negacionismo climático” por aquellos entre las clases medias y altas que poseen “consciencia climática”. Sin embargo, la lección que saca Guillibert de la revuelta de los Chalecos Amarillos es que, lejos de estar reñidas con la ecología, las clases trabajadoras de los países imperialistas pueden producir una visión de futuro alternativa a la transición ecológica que las clases dominantes intentan imponerles.
Para persuadir a los partidarios de la ecología política radical del papel esencial que tienen los trabajadores en la lucha contra el desastre ecológico, Guillibert comienza destacando el hecho de que las relaciones de clase han sido fundamentales en la historia de la crisis ecológica desde la era moderna. Se remonta a varios siglos antes de la Revolución Industrial inglesa del siglo XVIII, que condujo a la generalización de la relación salarial y a la consiguiente utilización de combustibles fósiles. Basándose en particular en los trabajos de los historiadores del medio ambiente Jean-Baptiste Fressoz y Fabien Locher [2], Guillibert sostiene que fue el desarrollo de las primeras economías coloniales y esclavistas a partir del siglo XV lo que inauguró la catástrofe ecológica que sigue desarrollándose hoy en día.
Si bien el trabajo asalariado se convirtió en la principal forma de explotación laboral con la progresiva extensión del capitalismo industrial y de los combustibles fósiles por todo el mundo, el autor señala que dicha explotación del trabajo asalariado fue posible gracias a la apropiación de otras formas de trabajo, en particular el trabajo en régimen de servidumbre en las colonias y el trabajo reproductivo, realizado principalmente por las mujeres en el hogar. La explotación asalariada también se basa en la apropiación de la “naturaleza”, que Guillibert propone definir aquí como todas las realidades que los capitalistas consideran que no tienen valor de cambio y que, por tanto, pueden apropiarse gratuitamente.
Demostrar que el capital acuerda valor solo a una parte del trabajo explotado y de las fuerzas naturales apropiadas no tiene únicamente importancia teórica. Si ciertas feministas marxistas de los años 60 y 70 promovieron una definición del trabajo más inclusiva que la que figura en El Capital de Karl Marx, fue para dar armas a los movimientos de liberación de la mujer más radicales de su época. Del mismo modo, al denunciar la concepción reduccionista e inerte que tiene el capital respecto a la naturaleza, Guillibert pretende dotar a los pensadores ecologistas radicales con herramientas de lucha suplementarias.
El enfoque adoptado en Exploiter les vivants también se inspira en el Libro I de El Capital en la medida en que Guillibert opta por centrarse en las características específicas del modo de producción capitalista. En su opinión, el extractivismo puede definirse como el modo típicamente capitalista de apropiación de la naturaleza. A diferencia de la socialización de la naturaleza en las sociedades donde no domina el capitalismo, el extractivismo se practica sin ninguna contrapartida religiosa o simbólica. Por lo tanto, no tiene límites. El modo de producción capitalista es también el único que separa radicalmente las actividades de subsistencia de las demás actividades sociales. Así, para Guillibert, como para muchas feministas marxistas antes que él, el “trabajo doméstico” como actividad de producción y reproducción de la vida, separada de la esfera productiva, solo existe bajo el capitalismo. Del mismo modo, el filósofo coincide con la socióloga Jocelyne Porcher en que el trabajo animal alienado solo existe en el contexto de la producción capitalista y, en particular, en las granjas industriales. Para Guillibert, las formas de resistencia que los animales son capaces de desplegar en esas granjas son la prueba de que los humanos no son los únicos desposeídos de su “ser genérico” por el modo de producción capitalista.
Los trabajadores en el centro de la transición ecológica
Según Guillibert, los ecologistas tienen todas las de ganar si desarrollan nuevas estrategias a partir de los lugares donde desarrollan su actividad los trabajadores, a condición de que asuman la constatación de que el capital domina conjuntamente la naturaleza, el trabajo humano y el trabajo “no humano”. Mientras que las “huelgas ambientales” a menudo se han contentado con retomar métodos de movilización inventados por la clase obrera, el movimiento ambiental debe ahora ir más lejos y apoyar más sistemáticamente las movilizaciones obreras en favor de una auténtica reconversión ecológica, en la línea de las luchas llevadas a cabo por los trabajadores de la refinería Total de Grandpuits o por los antiguos trabajadores de la planta subcontratista de automóviles GNK de Florencia.
En función de alentar a que ese tipo de acciones se multipliquen, Guillibert recuerda a lo largo de su libro una serie de episodios emblemáticos del “ecologismo obrero”. Desde las primeras décadas de la industrialización, los miembros de esta clase se han movilizado políticamente con frecuencia contra los efectos nocivos del modo de producción capitalista sobre sus cuerpos y sobre los lugares donde viven. Desde principios del siglo XX, algunos sindicatos estadounidenses de trabajadores de la madera fueron aún más lejos al reivindicar una gestión racional de los bosques: consideraban que esas prácticas conservacionistas eran inseparables de la mejora de sus propias condiciones de vida y de trabajo. A la cabeza del Sindicato de Trabajadores del Petróleo, la Química y la Energía Atómica (OCAW) y en contacto con los trabajadores de Shell, el activista estadounidense Tony Mazzochi proclamó a principios de los años 70 la necesidad de preparar la reconversión de los trabajadores del sector petrolero hacia actividades menos destructoras de los cuerpos y de la naturaleza. Guillibert señala que el plan de reconversión ecológica propuesto por Mazzochi hace cincuenta años era mucho más radical en su contenido que la “transición justa” preconizada desde 2010 por las burocracias sindicales representadas a escala mundial por la CSI (Confederación Sindical Internacional).
Convencido de que la alianza entre el movimiento ambientalista y los trabajadores a favor de la transición ecológica vendrá desde abajo, Guillibert no subestima las dificultades que también existen en este plano. Si bien considera que la condena en 2012 contra el grupo siderúrgico ILVA, que empeoró la vida de todos los habitantes y trabajadores de la ciudad italiana de Taranto, es una victoria conjunta de los movimientos ecologistas y del mundo del trabajo, muestra que el vínculo entre el sindicalismo de base en la fábrica y el sindicalismo más comunitario dirigido por los movimientos de mujeres y de residentes locales no es algo que se haya dado de forma evidente ni automática.
Hacia una teoría ecológica del capitalismo
Al tiempo que defiende las aportaciones teóricas y prácticas del enfoque marxista a la crisis ecológica, Guillibert afirma que esta catástrofe es también una oportunidad para que la tradición filosófica de la que él proviene se actualice desarrollando “una teoría ecológica del capitalismo”. En particular, insta a sus colegas marxistas a no reducir el ecocidio a la crisis climática, porque tal reducción les lleva a propugnar soluciones que él considera que confían demasiado en el progreso tecnológico y que están demasiado centradas en los países del Norte global.
En este sentido, Guillibert critica el plan de batalla propuesto por Matt Huber en 2022 en su ensayo Climate Change as Class War: Building Socialism on a Warming Planet. A pesar del título de su libro, que hace referencia a una escala planetaria, Matt Huber plantea que la transición energética puede comenzar con la socialización del sector de producción de electricidad en Estados Unidos, en la medida en que se trata de un área especialmente estratégica y sindicalizada en el corazón de uno de los principales países emisores de gases de efecto invernadero. Sin negar la importancia del trabajo de Huber, Guillibert considera que uno de los límites de este “socialismo en un solo sector” y en un solo país es que no se enfrenta a la catástrofe ecológica a la escala a la que se está desarrollando: la del sistema-mundo capitalista.
Siguiendo el ejemplo del peruano José Carlos Mariátegui y del trinitense Eric Williams, los pensadores marxistas del Sur han demostrado desde hace más de un siglo que los hombres blancos asalariados y sindicalizados están lejos de ser los más explotados en el contexto de un capitalismo cada vez más globalizado. Desde la época de las primeras plantaciones, la división capitalista del trabajo también ha producido y reproducido relaciones de dominación racial, que los pensadores marxistas tienen el deber de considerar y combatir.
Para ello, es particularmente importante estudiar en detalle las diferentes formas que adopta el imperialismo en nuestro mundo poscolonial, que está sumido en formas particularmente agudas de crisis ecológica. Como demuestran los trabajos de los ecosocialistas estadounidenses John Bellamy Foster y Brett Clark, el imperialismo ecológico no es nada nuevo en el siglo XX [3]: es una de las realidades constitutivas del modo de producción capitalista. Sin embargo, con la descolonización del mundo a partir de 1945 y la multiplicación de las migraciones intercontinentales de mano de obra, ya no es posible proponer una geografía de la dominación mundial similar a la presentada por Rosa Luxemburg en La acumulación del capital. En el siglo XXI, la explotación asalariada existe mucho más allá de las fronteras de los países del centro, y los trabajadores que migran hacia allí pueden verse sometidos a formas de explotación desenfrenada que prolongan las prácticas que prevalecían en los Estados periféricos en la época de la colonización. Por lo tanto, incluso dentro de los Estados imperialistas, no toda la mano de obra está sujeta a la forma “regulada” de explotación que distinguía a los trabajadores asalariados en contraposición a los pueblos colonizados en la primera mitad del siglo XX.
Es en este sentido en el que Guillibert considera que quienes forman parte del ecologismo radical y de los movimientos de izquierda radical con base dentro de las fronteras de la Francia continental deberían apoyar más las luchas en curso en los territorios dominados por el imperialismo, ya sean países semicoloniales o de persistencia colonial, como los llamados territorios de ultramar de Francia, y, por ejemplo, no permanecer en silencio ante la operación Wuambushu en Mayotte. Con ello se hace eco de la exhortación [4] dirigida a los simpatizantes de Soulèvements de la Terre [5] por el filósofo Malcolm Ferdinand en la antología On ne dissout pas un soulèvement publicada la primavera pasada. Aunque la violencia en Sainte-Soline [6], Martinica y Mayotte no es idéntica, Ferdinand afirma no obstante que “sigue siendo algo común, dando testimonio de la misma política de destrucción de la tierra y de deshumanización de una parte de sus habitantes: una política capitalista y neoliberal impuesta por la fuerza” [7].
Guillibert comparte la observación de Ferdinand sobre la multiplicidad de relaciones de dominación que estructuran el mundo actual, y cree que no surgirá una clase ecológica en el sentido del término que le da Marx. Para luchar contra la crisis ecológica y desarrollar una “ecología de clase” en los viejos países industrializados como Francia, Guillibert sostiene que hay que apoyarse en la multiplicación de las alianzas entre grupos sociales explotados de diversas formas por el capitalismo contemporáneo. Para el filósofo, las alianzas que se forjen también deben contribuir a la emergencia de una forma de subjetividad política que vincule a los humanos y a los “no humanos”, de ahí el lugar importante que concede en su libro y en su pensamiento al trabajo animal y a la resistencia que probablemente muestren frente al modo de producción capitalista.
Contrariamente a las propuestas teóricas de Bruno Latour [8] y Andreas Malm, la amplia definición que hace Guillibert del sujeto político de la transición ecológica tiene la ventaja de demostrar que no puede tener lugar una transición “justa y eficaz” sin los trabajadores. No obstante, es una lástima que en la parte final y programática de su libro no aborde de forma más concreta las transformaciones sociales y económicas que hay que llevar a cabo en el interior de los centros de producción capitalistas para frenar la crisis ecológica.
Ecología de clases y comunismo de lo vivo
Para Guillibert, el principal reto de la “ecología de clase”, que también denomina “ecología obrera”, es luchar contra la mercantilización de todos los aspectos de la vida. En su opinión, así es como los trabajadores explotados se liberarán de su doble dependencia del trabajo asalariado y del mercado de bienes de consumo, por lo que los anima a participar de experimentos ecológicos que intenten desarrollar nuevas formas de subsistencia al margen del sistema capitalista, a escala de determinados territorios.
En el marco de los debates marxistas contemporáneos, Guillibert se sitúa así resueltamente del lado de Kohei Saito frente a la propuesta “ecomodernista” de Huber esbozada más arriba. Llegado al final de su razonamiento, considera que solo una versión mejorada del “comunismo del decrecimiento” teorizado por el filósofo japonés es capaz de alcanzar el principal objetivo de la ecología obrera: “arrancar la reproducción social a la producción capitalista”. Al igual que Saito, Guillibert vuelve a poner en el orden del día las consignas históricas del movimiento obrero marxista, como la abolición del trabajo asalariado, el fin de la división capitalista del trabajo que opone el trabajo manual al intelectual y la reducción de la jornada laboral. Saito y Guillibert añaden las del decrecimiento y el aumento de las tareas vinculadas a la reproducción ecosocial, encarnadas en particular por los trabajadores de las tareas de cuidado y del tratamiento de residuos que Guillibert destaca constantemente en su libro.
Para hacer deseable el programa de Saito, Guillibert considera que su tarea como filósofo consiste en contribuir a la emergencia del imaginario de un “comunismo de lo vivo”, atento a las causas sociales de la destrucción ecológica en curso y que tenga en cuenta las relaciones y simbiosis entre el mayor número posible de seres vivos explotados. Deja a otros la tarea de determinar la forma y la naturaleza exactas del poder que sería capaz de planificar el ambicioso programa político expuesto al final de Exploiter les vivants. Sin embargo, en la medida en que este programa prevé la reorientación de la producción hacia el trabajo de reproducción ecosocial, el racionamiento de los más ricos, la abolición de la propiedad privada y la lucha contra todas las formas de apartheid climático, es en realidad indisociable del desarrollo de una estrategia revolucionaria cuyo sujeto principal sigue siendo la clase obrera.
Notas:
[1] Paul Guillibert, Exploiter les vivants, París, Amsterdam, 2023, p. 171
[2] Jean-Baptiste Fressoz y Fabien Locher, Les Révoltes du ciel. Une histoire du changement climatique XVe-XXe siècle, París, Seuil, 2020.
[3] Brett Clark, et John Bellamy Foster. 2009. ‘Ecological Imperialism and the Global Metabolic Rift : Unequal Exchange and the Guano/Nitrates Trade’. International Journal of Comparative Sociology, 50(3-4), 311-334.
[4] Malcom Ferdinand, « Outre-mer, Pour des soulèvements décoloniaux de la Terre » en On ne dissout pas un soulèvement, París, Seuil, p. 109-112
[5] Colectivo ecologista francés radical y contestatario. Fundado en enero de 2021, se opone al acaparamiento de tierras y lucha contra determinados proyectos de desarrollo de infraestructura. (Nota del traductor)
[6] Comuna rural francesa del oeste del país donde en 2022 hubo represión contra el movimiento que se oponía a la construcción de una “mega-cuenca”. (N. del T.)
[7] Malcom Ferdinand, op. cit., p. 111
[8] Ver por ejemplo: Bruno Latour y Nikolaj Schulz, Mémo sur la nouvelle classe écologique. Comment faire émerger une classe écologique consciente et fière d’elle-même, París, La Découverte, 2022
Traducción: Guillermo Iturbide
Fuente: https://www.laizquierdadiario.com/Por-una-ecologia-de-la-clase-obrera
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